martes, 26 de enero de 2010

El viaje (primera parte)

Esto es una mezcla de un sueño y de algo que me pasó de verdad una tarde primavera, pero con el correr del tiempo no puedo identificar qué es sueño y qué realidad:
Había descubierto que sobre el cielo de mi casa pasaba una ruta aérea, no sólo de aviones sino de toda especie voladora. De Sur a Norte de Este a Oeste, podría decir que el punto de cruce obligatorio se encontraba justo sobre mi techo.
¿Cuántas golondrinas habían pasado sobre mi cabeza este año? ¿Y gorriones? ¿Y mirlos? ¿Y cuántos insectos? Miles, millones ¿Y palomas? No, esas no. Las palomas tenían sobre mi techo su base de operaciones. Sí, desde allí partían hacia otros rumbos y era allí donde volvían, porque siempre regresaban.
Mientras observaba el continuo vaivén de las palomas algo llamó mi atención. Una nube se iba acercando hacia donde me encontraba. No podía distinguirla con exactitud, tal vez era naranja, tal vez marrón, no podía saberlo con certeza, hasta que la tuve más cerca y pude advertir que se trataba de millones de mariposas que venían hacia mí, que me rozaban, me acariciaban, me perfumaban. En ese instante sólo cerré los ojos y me dejé volar.
Una brisa maravillosa recorría todo mi cuerpo, una sensación de inmensa plenitud que era como volver a sentir ese beso que me había dejado temblando, ese sol que bronceaba mi ser por fuera y por dentro, como esperar teniendo la esperanza de que no sería en vano. Era, simplemente, sentir la vida en ese batir de millares de pequeñas alas.
Por momentos abría los ojos y podía distinguir a la gente pequeñita, casi imperceptible, a los altos edificios como cajitas de fósforos, como naipes formando castillos. Las nubes, lejos de impedirnos el paso, como suaves cortinas nos develaban un cielo perpetuo. Volvía a cerrar los ojos y me dejaba conducir por aquellas dulces cosquillas.
Tenía la sensación de que el viaje había sido corto, aunque sabía que la distancia recorrida había sido vasta, “pero como siempre – pensé – lo que da placer y llena el alma dura poco.”
Cuando mis suaves guías me dejaron en una superficie sólida, no me quedó más que ver dónde me habían llevado y, realmente, no lo podía creer.
El lugar era hermoso pero de lo más extraño que había visto. Lleno de colores, de mucha luz, mucha vida, mucho todo. Lo superlativo a la orden del día.
Deambulaban por allí una gran variedad de seres, algunos en aptitudes contemplativas, otros en grupos. Por todos lados había personas asombrosas.
En un sector, no muy alejado de donde me encontraba, vi a unos niños de colores que jugaban juntos. Era como ver al Arco Iris en movimiento. Había niños amarillos, azules, violetas, verdes, naranjas, turquesas, rojos y, para mi desconcierto, había un niño negro. Me acerqué al grupo y ellos me recibieron con grandes sonrisas invitándome a jugar, pero yo no podía dejar de mirar al niño negro, que al verme absorta en esa contemplación, se me acercó y con una voz muy dulce me dijo:
- ¿te extraña que sea todo de color negro?
- Sí, ¿por qué no tenés color como los demás? – los otros niños me miraron y comenzaron a reír, entonces él contestó:
- No creas sólo lo que tus ojos ven en la superficie. Mirame bien, no es que no tenga color, sino que soy, simplemente, la conjunción de todos los colores del universo, los conocidos y los por conocer.
Entonces giró su cuerpo de tal forma que la luz del lugar lo iluminó y, pude ver que lo que decía era cierto. Quedé pasmada ya que era como ver el cosmos en ese ser tan pequeño y tan tierno.
- Bien – me dijo un niño naranja volviéndome a la realidad – ahora debés seguir, si viniste acá es porque tenés que aprender...
- Pero – interrumpió una niña violeta – no vayas a olvidarnos.
- Nunca – respondí y seguí mi camino guardando por siempre el recuerdo de ese Arco Iris.
Casi por inercia me acerqué a un grupo donde, sentados en círculo, hablaban unos ancianos. Me hubiera gustado decir que se trataba de una conversación pero no, sólo hablaban, respetando el turno de cada uno, sin emitir opinión de lo que los demás decían, sólo aplaudiendo cuando se anunciaba el fin de los discursos.
Al verme, con un leve movimiento de cabeza, los ancianos me indicaron que era bienvenida para escuchar lo que allí se decía, sólo para escuchar. Entonces me senté en silencio y me dispuse a oír.
- “Bien – continuó uno de los ancianos – lo absurdo es algo común, más si uno va por la calle leyendo carteles o inscripciones en granito, lo que hay que hacer es escaparse, sí, hay que escaparse de la ciudad, pero ¿a dónde? ¿al campo? ¿a otra ciudad? No, ni lo uno ni lo otro. ¡Ven! Es otro absurdo. Como eso que me contaron de un tipo que una vez tuvo la brillante idea de hacer una sociedad secreta, que nunca concretó porque no tuvo con quién asociarse ¡Sociedades secretas! ¡bah! Eso hay que dejarlo para las películas de mafiosos o para esos libros de rufianes y marginados que vivieron en los años ’40 en esta ciudad, que, también por esa época, debería estar llena de cosas absurdas. Pero bueno, eso es todo lo que tengo que decir por hoy.”
Luego de un breve aplauso, del que, por supuesto, participé, otro de los ancianos se aclaró la garganta, miró a sus compañeros de ronda, miró hacia atrás, como esas personas que se sienten perseguidas y, en un tono muy bajo, como temiendo ser oído, comenzó a hablar.
- “Las personas que habitan en los cuadros siempre son diferentes a aquellas personas que les dieron vida, igual que en los reflejos de los charcos o de los ríos, o de los lagos o de las lagunas, donde al moverse el agua el ser que se refleja ya no es el mismo, sino otro distinto en su deformidad, pero no por eso horrendo, tan sólo diferente y eso asusta.
¿Qué sucedería si alguna vez alguien sale de un cuadro o de un reflejo? No lo sé. Tal vez vería todo extraño, tal vez no ¿cómo puedo saberlo? Quedar atrapado entre dos realidades debe ser algo incomprensible. Todavía puede verse gente discutiendo con su reflejo, como si ese otro yo pudiera dar alguna respuesta, como si el reflejo fuera lo real. No lo sé, no lo sé…”
Quedé un tanto sorprendida, parecía asustado y me dio tanta pena que estaba a punto de ponerme a llorar, cuando uno de los hombres que, parecía haber hablado ya, me dijo:
- Tranquila jovencita, siempre le gustó hacer aspavientos, no se ponga mal que acá somos todos unos charlatanes. Cálmese y escuche el último monólogo.
Entonces, luego de un breve aplauso, el último de los ancianos comenzó a hablar.
- “Es una constante ¿Se dieron cuenta? Los aviones siempre van hacia el Este, ante este fenómeno me pregunto ¿Qué pasó con la conquista del Oeste, y con la conquista del Desierto, con la conquista en sí? La respuesta, señores, es simple: ya se conquistó todo y, como un enamorado al que se le pasa el idilio y el deseo, la emoción se fue con ellos. Ahora hay que reconquistar lo que se ha dejado en el pasado, entonces, hay que ir al Este.
Quedaran para siempre en la historia las caravanas de carretas hacia las cordilleras, las filas de sudorosos y agotados soldados hacia el Sur, los temerosos indígenas hacia todas partes, acorralados en los más agrestes parajes. La civilización y la barbarie pero… ¿cuál es cuál? ¿quién es quién?
La línea divisoria siempre ha sido muy débil y no tiene por qué ser diferente ahora.
Por lo menos ahora se sabe dónde se va y se puede decir sin que nadie pida pruebas. No como antes, que por unos barcos y protección pedían certezas de que al oeste no se acababa el Mundo. ¡Pobres ilusos! El Mundo comenzaba al Oeste y ahora, parece que comienza en dirección contraria. ¿Por qué? Negligencia tal vez, falta de visión, haber mentido desde el principio, quién sabe. Pero esta parte del Mundo es lo más parecido que hay al Paraíso y, lo más similar al Infierno. Así que, dejémosle a ellos el Purgatorio, siempre lo han tenido ya que son ellos los que deciden.
Los aviones siguen yendo hacia el Este, pero tranquilos… ya volverán…”
Sin poder seguir escuchando más me levanté del círculo y decidí seguir recorriendo el lugar. No sabía si en realidad era un grupo de charlatanes o de delirantes, o era que sabían demasiadas cosas y las expresaban como podían.
Y mientras en mi mente daban vueltas esas ideas, me atrajo la visión de hombres y mujeres delante de espejos discutiendo con sus reflejos, y recordé lo que había dicho aquel temeroso anciano y tuve la sensación de que entre tanta charlatanería existía alguna verdad.

martes, 19 de enero de 2010

Viste cuando...

Viste cuando tenés la certeza de que las cosas van a ser cómo lo pensás? Bueno, eso me está pasando justamente en este momento.
Hace mucho que no me pasaba tan fuerte como ahora y, puedo decir sin temor a equivocarme que la única vez que me pasó, la única vez que tuve la certeza que una sensación era la correcta, todo salió como lo esperaba.
Desde ese momento decidí creer en mi instinto. Bueno, sabés que a veces no le hago caso, porque, bueno, viste cuando querés estar equivocada, cuando querés que las sensaciones no sean ciertas, cuando te querés creer la mentira, bueno... y, sí, después me doy la cabeza contra la pared, y me pregunto por qué no me hice caso y, claro, yo sé por qué.
Pero, en fin, ahora le estoy prestando atención a mi instinto, y tengo la certeza que algo va a pasar, algo donde estás presente (aunque no conozca tu cara, ni tu nombre, o si los conozca pero no quiera que vos los conozcas, para no alertarte...).
En fin, solo reflexiono, porque viste cuando tenés algo que decir y no podés... bueno, casi casi es lo que me andaba pasando...